jueves, 3 de abril de 2008

La literatura, el día y yo


He querido iniciar esta serie de artículos literarios –no muy humildemente- dirigidos a la población literaria y la no tan literaria de este país llamado Chile y no Bolaño, como muchos han querido (siendo los mismos los que no han dejado descansar en paz al pobre hombre). La ocasión amerita, por tanto, recurrir a la indescifrable función de la literatura en la sociedad, a su leiv motiv social que tanto la derecha como la izquierda política de cualquier país han deseado resguardar bajo sus respectivas sombras seudoculturales. He preferido considerar con buen augurio, y espero siempre sea así, que no posee la función social buscada por Lenin, en su entonces, y que tampoco es el artefacto narrativo escrito para alguien o algo en particular, en realidad la literatura no está escrita para nadie, exceptuando, en Chile, los casos de Isabel Allende y Marcelo Mellado.

Pero, ¿Qué vínculos exactos existen entre la literatura y la realidad cotidiana? Posiblemente su relación se base en un rol recíproco, ambas se sirven mutuamente como temáticas a tratar, pero ninguna de ellas invade el terreno de la otra, puesto que esa otra la vigila constantemente a fin de evitar un golpe que acabe con su desordenada, entregada a la inercia, forma de vivir. Ambas marchan en tres espacios diferentes, así lo demuestra Paul Ricoeur que establece para la sociedad literaria tres tiempos: el real o cotidiano, el ficticio o literario y un tercer tiempo que como dimensión recibe –al mismo instante- a lo real y ficticio, la verdad y el mito; es el tiempo histórico, que vive provocando problemas a religiosos y filósofos, escritores e intelectuales varios, como a tantos otros –me incluyo a regañadientes- junto a historiadores, pero también soy parte de este sistema hijo, odiado por muchos, de Adam Smith.

“Tienes mucho que hacer, de modo que deja de compadecerte, toma agua y empieza a escribir” (“La mediagua de las almas” de la Chabe Allende). Soy un joven en mi historia, un adulto en mi vida y un pergenio en la literatura que no pretende, en modo alguno, disparar a la bandada, aunque con creces se lo merezca. No. Simplemente quiero ser honesto con aquello que me causa desequilibrio mental o emotivo, no acepto que se valore lo invalorable, por mucho que se valide la estética de la recepción en las artes, sobretodo cuando lo hacen jóvenes que van idolatrando cuanto escritor o artista se les pone por delante. Yo procedo a realizar dos críticas al mundo literario que he venido contemplando desde hace muy poco tiempo; la primera tiene que ver con la obra en sí, alejada de cualquier polémica de la vida de su autor, indago en “Ecce Homo” pero no en los deplorables días finales de Nietzsche, sólo presto atención a lo que nace literariamente. En segundo lugar, observo y reflexiono sobre la editorial que me brinda –a un exagerado costo- la obra que anhelo leer, a veces el encargo literario a manos del mercado de la señora Planeta y don Andrés Bello se nota demasiado, lo que me causa turbación.

En el futuro seré un amante y un crítico –de los que se pueden tocar por supuesto- que enfrentará una lectura con respeto para quien escriba y para quien lea. Poco el alter ego que poseo en este sentido, pero me apoyo en los internacionales, aquellos que rechazan a aceptar la literatura mercantilista, sin ofender a Harry Potter –prevengo algún conjuro contra mi persona-, y que evocan en unos cuantos escritores el proyecto de la Globaliteratura, lo cual no necesita explicación a priori o a posteriori. En igual plano, Chile se destaca, actualmente, por contar con un número reducido de críticos sensatos –el presente en el nombre del blogspot es uno de ellos- que ayuden a fundar una literatura nacional estable, con el fin de abandonar un tanto la farandularización literaria que es la panacea de otros cuantos.

A partir del momento se abre una posibilidad para lúcidas voces que las vacas autodenominadas sagradas no logran silenciar, pero también es la oportunidad de hablar de lo visual y audible: un poco de televisión –sin mucha farándula- y el buen cine que, sin duda alguna, es uno de los amores insaciables de la literatura. Lo nacional e internacional se incorporan en las pocas, no menos relevantes, palabras de un mosquetero que está dispuesto a convertirse en mosquito, de esos que molestan sin cesar al vulgo elitista que domina la cultura en la actualidad. Conciente estoy que no soy nada, sin embargo retorno a su nivel a quienes se sienten algo sin serlo ni merecerlo.

Por mi cuenta, para con la literatura nacional, hablaré de la ASOPOVI (Asociación de Poetas Vitalicios representados por HUINEMI (Huidobro, Neruda y Mistral)), sólo cuando sea necesario, para no seguir hartando a los esquizofrénicos lectores que no han sabido traspasar la barrera del bello amor, para asentarse, de una vez por todas, en la cruda realidad de la pacha mamacdonalds que Mr. Mongomery Burns sigue privatizando. Ahora que lo pienso, estos señores poetas junto a una clase política específica nos han estancado culturalmente como individuos sociales y seres culturales que somos. Y es por eso, que para la coyuntura, como dice Javier Bello (joven poeta) en uno de sus artículos: la generación de los escritores nacionales del presente están perdidos como náufragos que no encuentran la isla perfecta para alejarse del recuerdo vacío que les heredó un sistema opresivo durante dos décadas. Por lo tanto este proyecto es, quizás, un avance pequeño en el sendero del gran mapa sociocultural en el que actuamos cuales piratas buscando un tesoro.

Literatura o narrativa, prensa o periodismo, comunicación o televisión, arte o cine. Todos están invitados a fortalecer su propuesta a lo cotidiano, a proponer una perspectiva que ensalce lo bueno y lo malo, lo retornable y lo desechable, lo que presta luminosidad cultural y lo que oscurece. Es la empresa de tres y nadie más. Por mi cuenta, para hablar de las artes y la literatura, no necesito a mi lado a los niños que escriben libros antes de los 25 años, no necesito a quienes publican sus obras con fondos del Estado y luego se dan el lujo de criticar a éste; no necesito a los pagados que brindan durante toda su vida buenas críticas, confundiendo de esta manera a la sociedad, aunque no le digan a nadie, pero la sociedad no existe (me lo enseñó un buen profesor); por último, no necesito un chofer que conduzca mi vehículo literario y me mueva en la carretera cultural, porque únicamente lo manejo yo, con la seguridad de que Valente es mi copiloto.



Por Rodrigo Oyaneder

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