viernes, 4 de abril de 2008

UNA DOSIS DE INCOMODIDAD


Cuando Italo Pasalacqua comentó en Chilevisión Noticias la película Cloverfield argumentó que era una mala cinta, entre otras cosas, porque a la media hora de comenzada ya se sentía mareado. Lo que el periodista (una figura canónica de la crítica cinematográfica más por su figuración pública que por su capacidad analítica) olvido, no sabe o no quiere saber es que la experiencia artística no debe ser necesariamente placentera. Y de eso el mundo del arte ha dado no pocas muestras.

Para comenzar repasemos los casos de la literatura y la pintura. La primera nos presenta ejemplos como El Obsceno Pájaro de la Noche de José Donoso o la obra de Chuck Palahniuk o Meridiano de Sangre de Cormac McCarthy; mientras en la segunda destacan las creaciones de Goya, Munch o van Gogh. Todas ellas importantes en sus áreas, algunas hasta revolucionarias, pero ninguna transmite placer en su apreciación. La mayoría de las veces el receptor se ve impulsado hacia un mundo sicótico en donde la pesadilla ha tomado el lugar del sueño y, más aun, el de la realidad.

Pero mejor centrémonos en el cine (el espacio en que me siento más cómodo).Entonces, volvamos a Cloverfield que, a pesar de lo que algunos digan, no es una película fácil de ver; y más si se es un espectador habitual de la producción hollywoodense. La que nos tiene acostumbrados a cuestiones simples de digerir, que buscan agradarnos sin miramientos ni vergüenza. Es de esos lugares de donde la cinta, que tiene en la producción a J.J. Abrahams, quiere escaparse, y lo logra en parte. No es fin de estas líneas valorar la cinta, sólo deseo centrarme en la sensación que produce el uso (manipulador) de la cámara en mano.

Sabemos, a esta altura, que la técnica consistente en que un personaje graba con una cámara doméstica algún acontecimiento digno de dicha acción no es un punto a favor en la originalidad. Ahí están The Blair Witch Proyect o la más reciente Rec o la nacional Sábado. Las dos primeras, por ser cintas de terror, tienen un ritmo más acelerado, mayor tensión e intensidad. Sin embargo, Cloverfield es la hipertrofia del recurso. La razón: la película es una grabación diegética que versa sobre el ataque de un monstruo gigante a la ciudad de New York. Desde que ocurre el hecho todo es vértigo, carrera, gritos, miedo y, por supuesto, esto lleva a que la experiencia no tenga una pizca de placer. Todo acentuado por la poca utilización de primeros planos produciendo una sensación de movimiento todavía mayor. Y ese es su mérito, no son muchos, pero ahí hay uno contundente.

Sin embargo, la cinta gringa no es un buen ejemplo porque viéndola en su totalidad no está demasiado lograda, sin llegar a ser un bodrio. Para reparar eso detengamos, sólo un poco, en la obra de David Lynch y en Irreversible de Gaspar Noé.

Cualquiera, repito, cualquiera que vea una del las cintas de Lynch podrá percatarse que en ese mundo el espectador no siente regocijo. Al someterse a una sesión del director gringo (dejemos de lado Una Historia Sencilla) uno no puede sentir más que un alto grado de desorientación. Así se nos presentan Eraserhead, Blue Velvet, Wild At Heart, Twin Peaks, Last Highway o Muholland Drive. Todas ellas obras perturbadoras, difíciles de digerir, que plantean un reto en su recepción. Sensación que se va acentuando a medida que las cintas avanzan, pues con el paso del tiempo se nos invita a un viaje por los más oscuros rincones de la naturaleza humana y aparecen el mal, la violencia física y sexual, el espanto y el naufragio visual. Estamos ante una filmografía en donde todo es posible, cuento de hadas macabro incluido. Ese mundo es el de Lynch, pero no deja de ser seductor; no por nada tiene fans que adoran sus personajes desquiciados y sus historias oscuras. Relatos que se van disolviendo a lo largo del metraje. Ahí está Inland Empire, su último estreno, que cuenta lo mínimo. Sólo existe un pequeño marco que sirve para que luego se sucedan por más de dos horas imágenes sin conexión aparente. El mundo del director gringo se ha reducido, pero ha ganado en profundidad y el reto para uno es mayor. Todo para poder adentrarse en ese galimatías creado por don David.

Mucho más realista es la senda por la que camina el director Gaspar Noé en su película Irreversible; la que nos brinda una de las escenas más brutales de los últimos tiempos. A saber, una mujer es violada analmente por un proxeneta en uno de los túneles del metro francés. Pocas veces se ha filmado una escena así con tan pocos recursos (y no me refiere a los monetarios). La toma dura poco menos de diez minutos y está construida con la cámara en el suelo y los dos personajes. Uno emitiendo sonidos de auxilio que quieren salir de su boca, pero que la mano del violador no permite. Sin embargo, quien perpetra el acto emite un discurso que pretende aumentar el impacto de la agresión porque palabras, imágenes y sonidos penetran en el espectador creando una atmósfera que lleva irremediablemente a desviar unas cuantas veces la mirada hacia otro lugar.

Pero también existen otros componentes de la puesta en escena que ayudan a que la secuencia se incruste en nuestra cabeza: el espacio y la iluminación. Para entender esto un poco mejor digamos que el encuadre se construye con los personajes al lado izquierdo y en el derecho queda el escenario de la acción. Este lugar también llama la atención porque en el fondo está la salida del túnel iluminada por una intensa luz roja. Esa imagen nos lleva hacia dos lugares: al principio violento del film (el antro llamado El Rectum), pero también nos anticipa lo que ocurrirá con el personaje y el porqué de la frenética búsqueda del protagonista (recuerden que la historia está contada de atrás para adelante).Entonces, presenciamos una sesión de tortura visual que reafirma lo desagradable que puede ser el cine; pero en esa construcción, en la construcción de esa emoción el film francés da cátedra.

Con todo, creo que el asunto puede quedar medianamente aclarado. Y es que instaurar leyes sobre asuntos que reposan en la subjetividad siempre causa controversia. Sin embargo, creo que estos ejemplos dan cuenta de un fenómeno que nos llama a nosotros como receptores a aceptar retos que permitan someternos a emociones a las que no estamos acostumbrados, sobre todo en la pantalla grande.

Ahí está, tómelo o déjelo.
Por Julio Riffo

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