viernes, 13 de junio de 2008

Hesse y su hijo predilecto

“Wer den fennig, nicht ehrt,
Ist des talers nicht wert”.
Proverbio alemán

Aquellos que son capaces de leer a Hermann Hesse, pueden considerar por comentarios u opiniones de otros, que los prototipos literarios magnos del autor -existencialistas por excelencia- son Sidharta y Demian. No obstante, una de sus obras resulta ser enriquecedora para dicha creencia y, tal vez, entrega al real existencialista hijo de Hesse: “Rosshalde” (1955); obra que presenta las preocupaciones existenciales de Johan Veraguth, un hombre que poseyendo descendencia, vive sumido en la desgracia, ya que no es capaz de acercarse a ella:

“¿Es qué para llegar a ser tu amigo tendré que guardar silencio siempre sobre todas aquellas cosas que me hacen desgraciado?” (Albert; Pág. 65).

El conflicto emocional ha embargado a la familia de Veraguth, un famoso y destacado pintor que materialmente se siente pleno, pero sus emociones ni siquiera han alcanzado su etapa inicial - respetando a las emociones como sentir no cuantitativo-, lo que provocará la búsqueda, necesaria de todo existencialista, de aquello que lo levantará de la oscuridad para elevarlo, en este caso, al cálido sentimiento paternal. En igual sentido, dos hijos son los encargados de mediar la lucha entre padre y madre, que sin obstáculos traspasará las barreras de los géneros, en donde el padre/hombre desea igualar el lazo -a modo de cordón umbilical- que existe entre Adela, la madre/femme, y sus hijos: Albert (el mayor e hijo sublevado) y Pierre, el más pequeño, entendiendo que “el amor tiene su propio egoísmo, pero el amor materno no tiene ninguno” (Honore de Balzac).

Albert, como hijo, cuyo talento de vida no desea compartir con su progenitor ha de tomar la decisión más adecuada frente a la orden del pater familia; la rebeldía, creándose de esta forma un padre interior, emocional y psicológicamente, confrontándose con la naturaleza misma, puesto que le dio un padre, pero sin estar en la obligación de dárselo bueno en términos nietzscheanos. Por otro lado, el tiempo no está definido como el espacio, siendo éste último relevante en todo momento de la obra, funcionando en cierta ocasión como un elemento catártico para la cotidianeidad de Veraguth, quien sintiéndose ínfimo en el mundo que le rodea se resigna -complacientemente- al apoyo entregado por un viejo amigo que llegará a su hogar a redirigir los senderos de los protagonistas, en especial la relación introspectiva que demanda el pintor:

“Puede que dentro de un par de años me dé una puñalada, puede que llegue a desilusionarme, puede que llegue hasta odiarme, así como me odia Albert, que… me arrojó en una ocasión un cuchillo de mesa. Sin embargo, siempre está el hecho de que en estos años que quedan puedo tenerlo junto a mí…” (Pág. 95).

Un hogar que presenta dos pisos, el alto pertenece a la madre (el cielo) y es un lugar impenetrable para Veraguth, quien dispone de la planta baja (lo terrenal), en específico su taller, al cual solamente pueden ingresar su criado Robert y su hijo Pierre. Por tanto, ambos espacios presentan delimitaciones para la una esposa y el otro esposo. Pero el amigo llegado desde lejos unirá ambos mundos, distanciados por una batalla natural, sin provocar la ira de la pareja, puesto que Otto Burkhardt guarda relación afectiva con ambos, además es el perfecto interlocutor del matrimonio que entrega la paz y tranquilidad extrañada por la familia. Lo interesante para la obra es la presencia de Burkhardt que como personaje resulta ser el mismísimo Hermann Hesse que intercede en el relato íntimo de manera magistral. Otto -Hesse- se presenta como el hombre equilibrado que viaja constantemente y adquiere un conocimiento único que sólo es capaz de poner en práctica en los conflictos de su pareja amiga. Su profundidad filosófica de la mano con las posturas emotivo-psíquicas que demuestra a la hora de abocarse al terreno puramente humano. Una lucidez inigualable.

Pierre en su calidad de niño abeliano no nota el conflicto y, con manifiesta inocencia, no se involucra en la guerra de sus progenitores, es una especie de alma que deambula entre el espacio de padre y madre. En tiempo ulterior una grave, y confusa enfermedad, aquejará a Pierre, dicho suceso posee una significación interesante, puesto que con el avance del relato es posible percatarse que más cerca de la muerte Pierre más cerca de la vida Veraguth. Mientras el hijo muere, el padre, por fin, va encontrando un sentido a su vida. Además, cada momento que el piano de Albert suena, Veraguth participa de una catálisis, debido a los recuerdos que vuelven a su mente, y que determinan el talento musical de su hijo, pero sin la intervención del padre. Motivo valido para sentirse orgulloso. Aunque Albert reproche a cada momento la actitud autoritaria de su padre; de este modo la narración intertextualiza con el pensamiento de Silvio Pellico, quien medita: “Exigir a los progenitores, para respetarlos, que estén libres de defecto y que sean la perfección de la humanidad es soberbia e injusticia”.

Por consiguiente, la solución a la problemática existencial de Veraguth dependerá de la desgracia de quienes le rodean; el cariño oculto de hijo a padre oculto por Albert, la mujer, Adela, que le rechaza y en el futuro muestra arrepentimiento y la muerte de Pierre. Es el mismisimo Hermann Hesse que conceptualiza la muerte como un fin necesario del ser humano, "una agonìa es un proceso vital, no menos que un nacimiento, y a menudo pueden confundir ambos". ("Cartas Inéditas")

“-¿Por qué no quieres a Albert? -preguntóle de pronto Pierre.
Veraguth oprimió aún con mayor fuerza la mano del niño.
-¡Pero sí que lo quiero! Lo que ocurre, es que él prefiere a su madre y yo no puedo hacer nada contra eso.” (Pág. 109)

Lo dolores fueron las fuerzas que le permitieron abrir sus ojos frente a tanta adversidad. Ahora lo que debía hacer era caminar y emprender el viaje que ya había iniciado Otto, era necesario ahora dejar de lado la conmiseración y dedicarse a conocer y disfrutar, observar y sentir placer, a buscar y hallar aquello que sus ojos jamás habían visto. Los hijos ya fueron traídos al mundo, tuvo una mujer, vio nacer y vio morir a su creación. Uno de sus cuadros se había borrado para empujarlo al abismo del reconocimiento. Ahora los tonos que debía combinar eran los de su vida, porque “ahora comprendía bien que a pesar de todos sus deseos e intentos de vivir con hondura, no había sino transitado muy efímera y superficialmente por los senderos del jardín de la vida”. Pàghina

Obras de padres no son de pintor, ya que Veraguth entrecruzó roles que le limitaron la visión peternal y la de ser humano, que como él se quedó estancado en cierto lugar, del cual tenía miedo de escapar. La ayuda llegó desde lejos, pero el pago era alto valor: un hijo. Un hijo que fue suyo y de nadie más, un niño que fue la inspiración de vida y obras, un niño que le propuso una salida a su rutina humana, y es que en la época de él ya había sido presagiada su situación en voz de Nietzsche: “Los hijos representan para los hombres la satisfacción del deseo de dominación: son una propiedad suya, una ocupación, algo que comprenden muy bien y con lo cual pueden entretenerse; todo esto fuerte forma el amor maternal, que es comparable al amor del artista hacia sus obras”.

Por Rodrigo Oyaneder

2 comentarios:

ALfREdO_O! dijo...

hola...no se, estoy un poco confundido...me llamo Alfredo Flores, mellamaste hoy y no me acuerdo de tu nombre (que no es el mismo nombre del que escribio este articulo), asi que si me estoy carrileando, disculpen.
La cosa es que yo hice hace un tiempo una ilustracion para un proyecto de una biblioteca movil de la u de playa ancha, y si quieren mas cooperacion este es mi blog...
mi e mail es

campos.finitos@hotmail.com

espero que el proyecto les resulte; si estoy mandandome las partes y me equiboque olviden este mensaje.
bye!

ALfREdO_O! dijo...

ha....en realidad el blog es de alfredo orellana que soy yo mismo; pero es un poco largo de explicar