viernes, 13 de junio de 2008

SE MURIÓ EL SANTITO





Cuando alguien dijo que el cine es una máquina de crear ilusiones no sólo se refería a su carácter narrativo, muchas veces encaminado hacia lo épico, sino que también a su indiscutible capacidad para formar estrellas. Hombres y mujeres que pasaron a ser referentes de toda una generación. Influencia que no se justificó en todas las ocasiones por el valor artístico; en casos (no me atrevería a decir la mayoría, pero sí algo muy cercano a eso) sólo importó la impronta, que llenaran la pantalla con su presencia. Uno de esos casos fue el de Charlton Heston, el mito. Pero para ser sinceros el actor que encarnara a más de algún personaje bíblico demostró durante su carrera que podía ser algo más que uno del montón, en cuanto a talento se refiere.

Heston no fue un gran actor, fue un actor correcto, y en una ocasión fue un buen actor. Y esto no es un reproche, es un dato, subjetivo, pero un dato. La representación de personajes no fue su fuerte, por eso, no se le recuerda. El motivo de que su muerte sea una perdida es porque con él se va gran parte de la cultura popular. No la de nosotros, que somos demasiado jóvenes y lo vimos sólo en semana santa; sino que la de nuestros padres y sobre todo la de nuestros abuelos. No por nada cada vez que se estrenaba una de sus cintas las señoras de la época decían: “Mishe otra película del santito”. Y es que eso fue: el actor por excelencia de las películas bíblicas más populares y que marcaron toda una época. Él fue Moisés, Judah Ben-Hur (rol por el que consigue su único Oscar) y Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid. Eso lo marcaría para siempre, fue su karma, la cruz que tuvo que cargar por el resto de su carrera.

Lo que ocurrió con este hombre fue parecido a lo de Marilyn Monroe. Ambos fueron un icono que a pesar de su limitado talento pasaron a ocupar un lugar relevante en la historia del séptimo arte, más aun, pasaron a ocupar un lugar en la vida de muchas personas de occidente. Claro que había una distancia enorme entre ellos: Monroe era la mujer fatal, una explosión de sexualidad y sensualidad; en cambio Heston era un ser inmaculado. No sólo por sus representaciones fílmicas sino que por su intachable vida privada. El dato concluyente es que estuvo casado sesenta y cuatro años con la misma mujer: Lydia, quién lo acompañó el día de su muerte. Y es que en los tiempos en que él fue estrella sólo una persona con una vida impecable podía personificar a tales hombres, todos santos, símbolos de la cristiandad.

Por eso es que suena extraño que Orson Wells lo reclutara (con Los Diez Mandamientos en el cuerpo) para una de sus películas más impresionantes: Sed de Mal. El papel era complejo sobre todo porque debía interpretar a un mexicano y porque tenía como compañero de escena al mismísimo Wells, un desafío para cualquiera. Y no salió mal parado de la contienda. Dio la mejor actuación de su vida en una obra maestra inolvidable. Esa fue su forma de taparles la boca a todos, él podía y estaba a la altura cuando se lo exigían. Sin embargo, parece que no le importó saber que al fin y al cabo actuaba. Siguió con sus papeles épicos, entonces vino El cid y Ben-Hur. Nada más hizo para que se le recordara por su talento, eso no le importaba; lo suyo era el enterteiment y en los años que vendrían lo terminaría más que demostrando.

Cuando en los años setenta los grandes actores de Hollywood, los grandes de verdad (Brando, Newman, Pacino, De Niro), se preocuparon por su realidad circundante, cuando lo celestial cedió paso a lo más terrenal, es decir, cuando las cintas se llenaron de sangre, violencia, asesinos a sueldo, cuando lo que se intentaba era mostrar y explicar los problemas de la realidad más inmediata; Charlton Heston se dedicó a participar en películas juveniles. El Planeta de los Simios, Terremoto, La Selva Blanca (The Call of the Wild), El Último Hombre Vivo (The Omega Man), Soylent Green son ejemplos de la nueva faceta del ex actor bíblico.

Compárense esos títulos con los clásicos que se estrenaron en esa década de oro: Apocalipsis Now, Taxi Driver, El Padrino, La Naranja Mecánica, Calles Peligrosas (y nombro sólo algunas para no convertir esto en un listado seudoerudito). Unas, pura distracción con el fin de pasar el rato; las otras, profundas, reveladoras de los espacios más oscuros de la condición humana, obras maestras que cambiaron la historia del cine. Y Heston no formó parte de esa nueva corriente ¿Él no lo quiso o simplemente no lo llamaron? No lo sé. Lo único cierto es que siguió siendo un héroe. Lo fue toda su vida.

La muerte de este mito del séptimo arte golpeó a algunos, no muchos. Con él morían también los santos que representó, sus hombres invencibles, aquellos que combatían contra las fuerzas del mal para que la cristiandad triunfara; con la partida de Chartlon Heston se esfumó el personaje y, para nuestro pesar, quedaron sus películas.
Por Julio Riffo

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