domingo, 15 de febrero de 2009

Tráguense su (maldita) construcción y vomiten (bendita) deconstrucción

Mateo 12, 37. A fines de los años ´70 e inicios de los ´80 la literatura francesa es uno de los pocos movimientos que proporcionó cierto placer literario. Ejemplo claro será la OuLiPo conformada por Perec, Queneau, Roubaud y otros. En América la decadencia fue absoluta gracias a las incontables dictaduras, por tanto censuraron littérature e inteligentzia. Los chilenotes decidieron escribir desde el extranjero –Bolaño desde México y Donoso desde Francia- lo que presagiaba que sin mucha literatura a considerar la crítica literaria sería deplorable, pobre y barragana, a excepción de lo que hacía el supernumerario Ignacio Valente contra el ham-burgués-ado mister Fuguet.
San Marcos 1, 7. Las discusiones se centraban en la esencia y la cronología de la posmodernidad, declarando, con pobreza de lenguaje, que lo moderno más que inupik o yupik se entiende como simple estilo. Dicho cambio es propuesto, con base argumental urbana, por Philip Johnson y Hernry-Russell Hitchcock –arquitectos- en el MOMA de New York en el lejano 1932. Su Movimiento Moderno será apoyado formalmente después de la Segunda Guerra Mundial, su manifestación más contestataria será la destrucción de viviendas –impunemente modernas- Pruitt Igoe en 1972. Mientras en Latinoamérica, cuatro años más tarde, Roberto Bolaño sentencia: “Mientras cualquier chavo sueñe y le cuente sus sueños a una chava habrá vanguardia en la joven poesía”, texto aparecido en su pueril artículo “La nueva poesía latinoamericana” de la Revista Plural de México, con el cual denuncia la mediocridad de los parrianos chilenos y ensalza el movimiento poético Hora Zero de Perú, dirigido por los poetas Juan Ramírez Ruiz, Jorge Pimentel y Enrique Verástegui.

Lucas 12, 51. En 1958 destroza las nubes el Manifiesto del moho contra el racionalismo en la arquitectura –un buen golpe para la evolución literaria-, bajo la voz de Hundertwasser, un artista austríaco. El movimiento centrado en las Nuevas Utopías cuenta con la acción de arquitectos radicales como Paolo Soleri, quien difunde la idea de construir arcologías (ciudades compactas inspiradas en naves espaciales de la ciencia ficción); construcciones apropiadas para el mundo del contemporáneo Baradit. Por otro lado, nace la arquitectura high tech, derivada de las ideas de Yona Friedmann, Kikutake y Nicolas Schöffer. Seis años antes, en Cuba era encarcelado, por orden del gringuito Batista, el escritor Guillermo Cabrera Infante, forjador del palíndromo lírico, por escribir “Balada de plomo y yerro”, en donde aparecen palabras en inglés que eran consideradas obscenas. En chilito el rey Lear Jorge Edwards –en realidad debiese llamarlo esnobista- mostraba su primerita novela: “El peso de la noche” de 1965, sin hueso ni gloria.

Santiago 1, 22. Luego de ver “Buscando mi destino” del director Dennis Hopper, aquella noche se reunieron en un bar –The Cat in the Window- cinco corregidores de la arquitectura estadounidense que se hicieron llamar New York 5 –algo así como los Jackson Five-, entre ellos: Peter Eisenman, Richard Meier, Gwathmey, John Hejduk y Michael Graves. Como héroes de una liga de constructores reciben la influencia de la Tendenza italiana y fundan el Racionalismo Neoiluminista. Igual rescate de lo “esencialista” realizan los postnadaístas colombianos Giovanni Quessep, García Maffla y Gustavo Cobo Borda. En similar tiempo los soldaditos patriotas chilenos requisaban la desconocida “Fuegos Artificiales” de Germán Marín.



II Corintios 11, 27. Lo realmente contemporáneo viene de la mano con la Postmodernidad figurativa; un movimiento de arquitectura “pop” comandado por Robert Ventura. Su aporte se hallaba en las formas de la tradición arquitectónica que fueron empleadas como meras “imágenes”, de hecho, correspondían a un repertorio de elementos figurativos existentes que copian de un modo más o menos caprichoso. De igual forma funciona la angustiosa mezcla de regionalismo y realismo de “Nombre Falso”, relato de Ricardo Piglia. Perfectamente el eclecticismo adherido demostrado en la decoración de Leon y Rob Krier puede involucrarse –nunca comprometerse- con el juego histórico presente en “Respiración Artificial” del mismo Piglia. Precisamente, Piglia rememora a compañeros de letras como Eduardo Wilde y su lucha social: “Si no se escondiera en cada uno de nuestros descamisados un tesoro de abnegación y de virtudes, ellos no sufrirían la vergüenza de oír insultar su miseria”.

Apocalipsis 2, 15-16. MOMA, New york. Es el año 1988 y se presenta la exposición Deconstructivist Architecture; obras angulosas cercanas a la postmodernidad clasicista. Entonces nace la interrogante pertinente al contexto artístico del momento, ¿Era la corriente arquitectónica un reflejo de la deconstrucción filosófica predicada por el pensador francés Jacques Derrida? Por supuesto que sí. La deconstrucción, subproducto de la postmodernidad, reordena los parámetros estructuralistas de antaño existentes en la literatura. Derrida derriba lo que había quedado edificado luego del golpe lingüístico de Chomsky y la gestación de la nueva hermenéutica filosófica de Foucault. Éste último responderá en décadas posteriores a la siguiente pregunta: ¿Cómo se puede distinguir entre la buena y la mala literatura? Ésa es, precisamente, la pregunta que deberá ser confrontada algún día. Por una parte, tendremos que preguntarnos qué, exactamente, representa esta actividad que consiste en difundir ficción, poesía, cuentos…en una sociedad. Las cosas sucedieron inevitablemente, Derrida acerca su Diferenzia a todos los ámbitos artísticos, a todas las manifestaciones filosóficas, en fin, a la vida misma. Ahora no se construye ansiosamente, sino que se deconstruye para descubrir y eliminar, conocer y moldear, lo desarmable se convierte en la creación; se transforma hacia atrás para invertir el futuro. El desdoblamiento literario reacciona contra un tradicionalismo relajante –cuasidurmiente-. La creación que nace de mí pertenece y (re)nace de otros, en esos otros está un mí como un fragmento que construye un corpus que exige ser destruido. La literatura se propone suspender a la institución, sin embargo, aspira a lo idiomático. Lo escrito no me (re)crea, sino que hace (re)conocerme. La deconstrucción podría dormir en una “Rayuela”, pero dormir y soñar, vivir y convivir consigo misma, lo haría posible sólo en “La vida, instrucciones de uso”, de Georges Perec; una edificación perfecta en donde se producen 99 movimientos, a modo de un caballo de ajedrez, para recorrer un puzzle que no posee sentidos fijos, puesto que sus vacíos la hacen (re)direccionarse hacia lo desconocido, lo impertinente y la novedad.

Por Rodrigo Oyaneder










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